Hay gente que no para, interesante lo de las variedades a recuperar por parte de técnicos, enólogos, bodegueros y otros aficionados que vuelcan sus esfuerzos y trabajo por lo exclusivo y más diría yo, por lo que un día fue y dejamos escapar entre rendimientos, modas y vaya usted a saber si por uno o mas motivos, el caso es que parte de nuestro patrimonio cultural-vegetal lo perdimos, aunque parece que ahora recuperamos las ganas y el espíritu histórico, antiguo, romántico, no sé, podemos utilizar muchos adjetivos, pero lo cierto es que estamos un poco hartos del tempranillo, la cabernet sauvignon, verdejo o chardonnay, y ya es hora de encontrar otros alicientes para seguir trabajando por y para ofrecer algo que nos haga diferentes, que atraiga a nuevos consumidores y porque no, adaptarnos a los tiempos que parece van llegando, cambio climático con sus tiempos de sequía, tormentas violentas, agua, viento, frio, calor extremo, etc,. etc,. algo que es evidente que ocurre, hay quién dice que esto es cíclico que pasa cada cierto tiempo, otros echan la culpa a las emisiones, otros a la superpoblación, hiper ciudades que devoran cual monstruo, capa de ozono, oxigeno, hasta el brillo del sol por culpa de los gases emitidos, de todo, pero lo que está claro es que el planeta lo estamos destruyendo poco a poco y como la naturaleza es sabia, cuando esté hasta más arriba del moño de nosotros se defenderá con alguna glaciación o algo peor y nos mandará a criar malvas a todos, o casi todos, alguno siempre queda para volver a empezar. Pero volvamos al inicio de estas líneas, las variedades de uva que perdimos y ahora intentamos recuperar.
Empecemos, quién conoce nombres tan exóticos como churriago, moribel (autorizada), albillo/a dorado/a (autorizada), mizancho, tinto fragoso (autorizada), montonera del casar, blanca del tollo, pintada, azargón y jarrosuelto u otras autorizadas y con plantaciones de más o menos superficie desde hace algunos años como malvar (118 hectáreas), moravia agria (179 hectáreas), moravia dulce (1.155 hectáreas), tinto velasco (1.315 hectáreas), tinto de la pámpana blanca (7.147 hectáreas), pardillo o marisancho (1.502 hectáreas) o verdoncho (1.589 hectáreas) siguen siendo grandes desconocidas para el consumidor.
Estas por lo que respecta a Castilla-La Mancha, pero también podemos incluir a otras variedades más propias de la zona de Castilla y León, como la Juan García, bruñal o rufete, aunque también se han encontrado plantas aisladas en viñedos de Castilla-La Mancha.
Y hay más uvas por llegar. “Estamos a la espera de que la Oficina de Variedades Vegetales termine el proceso de registro de la moscatel serrano (sinonimia de Muscat d’Istambul), que ya dura unos cinco años. Además también está en marcha el procedimiento de registro de otras tres variedades que se consideran prometedoras: castellana blanca (uno de los parentales del Verdejo), sanguina y maquías.
Este patrimonio de variedades con más o menos potencial a la hora de elaborar vinos, esperemos que no tarde mucho tiempo en llegar a todos los consumidores, aficionados y amantes de lo típico gracias al trabajo de pequeños productores comprometidos con la recuperación del patrimonio vitícola local o preocupados por buscar variedades mejor adaptadas a una situación de cambio climático. Aunque se vean como una gota de agua en mitad del océano de vino que es la región y España en su conjunto, su trabajo merece darse a conocer.
Como por ejemplo Finca Rio Negro, Bodegas Recuero, Bodegas Toledo & Ajenjo o Bodegas Arrayán, entre otros, a los cuales debemos agradecer que antes o después llegue a nuestras manos sus elaboraciones, libres y personales. Gracias de parte de los aficionados.