Últimamente solo leemos, escuchamos o vemos noticias desalentadoras, que si aranceles, descenso en el consumo de vino, guerras comerciales y menos comerciales, en fin, un auténtico calvario para casi todos los mortales. Pues vamos a deleitarnos con unos maridajes de platos típicos de las zonas donde se encuentran las uvas con las que vamos a hacer el vino que acompañe las viandas, vamos al lío que merece la pena:
Nos vamos hasta La Palma, en las Islas Canarias, encontramos aquí una variedad minoritaria, que debido a su color nos inclinamos por la elaboración de un rosado, se trata de la negramoll rosado, esta alcanza buena graduación alcohólica y conserva bien la acidez. Se obtiene un vino ligero, con escaso color y preferiblemente de consumo temprano. En nuestro caso y siguiendo la tradición de la zona nos lleva a la elaboración de vinos que pasan por barricas montadas con pinos (pinus canariensis) resinosos. El efecto de la resina da solidez y longevidad al vino, atributos que le faltan a esta variedad, a este vino se le conoce por “vino de Tea”, de fuertes notas resinosas, tanto en boca como nariz, así como balsámicas que dominan el trago. Lo vamos a maridar con “ropa vieja”, plato típico canario, en este caso de pichón, caldoso, con verduritas y bien aromatizado, de postre un frangollo con leche asada y miel de palma. Dos platos potentes, muy aromáticos, que frenarán las resinas del vino, un gustazo.
Vamos ahora con la variedad Molinera, la encontramos principalmente en Andalucía, aunque también en Levante. De rendimiento alto, tanto en kilos como en mosto, nos alertan de vinos frágiles, delicados, neutros con tendencias oxidativas e insuficientes contenidos en compuestos fenólicos que nos den cuerpo y sabor. Dado el caso nos atrevemos a elaborar un espumoso rosado, de poca graduación alcohólica de un precioso color fresa y que tras la segunda fermentación en botella durante 9 meses, lo llamaremos brut, porque un poquito de azúcar dará sedosidad y suavizará los taninos. Estando en Andalucía vamos por toda la costa desde Isla Cristina hasta el Cabo de Gata, nuestro menú va de las puntillitas, tortillitas de camarón, ortiguillas, ensaladitas de tomate aliñado, y de patatas, mientras el espumoso rosado de la Molinera, fresco, con burbujas perladas, nos sorprende con la delicadeza de unos aromas donde el arándano se entremezcla con lácticos resultando cremosito, envolvente y simpático.
Estamos en Asturias, buscamos la Sumoll blanco, casi desaparecida, pero en los valles de los ríos Naviego y Narcea algo queda. Pretendemos hacer un vino monovarietal teniendo en cuenta su carácter aromático, de bajo contenido en alcohol. Optamos por una crio-maceración en frío y una fermentación a muy baja temperatura, intentando conservar ese carácter aromático, pero también obtener un punto de aguja natural, y potenciar los aromas cítricos, manzana verde para conseguir una boca nerviosa y fresca. Nos disponemos a comer en una aldea asturiana, cerca del impresionante río Comba, un pote que cuece berzas, nabos, alubias y calabaza, humea; en el horno una empanada de carne con cebollas y pimientos lanza sus aromas junto con los de unos panecillos de centeno recién molido. De postre “feixuelos” una masa de pan de maíz frito al que se añade miel, el vino de esta variedad, acompaña a las mil maravillas esta sosegada e invernal comida con su chispeante frescura tonificante.
En la D.O. Costas del Segre encontramos la variedad Trepat, de brotación lenta y escaso desarrollo, tiene un grado alcohólico moderado y buena acidez. Nos decantamos por hacer un vino con la fermentación maloláctica en barrica dando un color amoratado y aromas perfumados a violetas acompañando a los lácticos y especiados, como el clavo, que aporta la madera, al tratarse de un vino “complicado” en boca debido a sus taninos algo vegetales y el marcado carácter balsámico elegimos para acompañar un plato denominado “escudella”, de raíces catalanas, a base de verduras, col, zanahoria, etc., todo ello cocido en una olla con carne de ternera, cerdo y un poco de pollo. La sopa es lo primero, la base de la cocción anterior, con tropezones de pan frito y después la carne con las verduras. Está claro que el plato es contundente, cargado de gelatinas, grasas y texturas envolventes, ideal para vinos robustos y complicados como este que nos acompaña.
El mes que viene seguiremos con más vino, más comida, más paisajes y mucha diversión.