Es posible que todo valga en esta industria, porque en realidad es una industria, con más o menos romanticismo, aunque no en todos los casos, pues aquellos que buscan el volumen, y no hablo de graneles, si no de vino embotellado, lo pierden.
Pero no cabe duda de que siguen existiendo auténticos románticos que pese a todo continúan siendo fieles a su filosofía y principios de cómo hacer el vino.
En el inicio de los tiempos, antes de la revolución industrial, tampoco nos vamos a ir a la prehistoria, los vinos se hacían y guardaban en las cuevas, sótanos o bodegas en muchos casos en el bajo suelo de las propias viviendas y también en otros en lugares escogidos por los vecinos para levantar los barrios de las bodegas, lugares frescos que contribuían a mantener el máximo tiempo posible el vino en estado óptimo para su consumo.
Hoy siguen existiendo estas cuevas o pequeñas bodegas, donde continuan elaborando vinos para autoconsumo, pero también los hay que elaboran para vender sus creaciones, normalmente pequeñas producciones de vinos trabajados con mimo, paciencia, mucho amor e ilusión. Los hay mejores y los hay peores, pero lo cierto es que en casi todos los casos la intervención es mínima y el viñedo, la climatología y condiciones del año, definen en buena medida la calidad del resultado final.
Esto no pasa con las bodegas fábricas de vino, curiosamente todos los años el vino está en la línea de los anteriores y solo cambia según van apareciendo los gustos o tendencias que marcan los gurús de turno, que si mas o menos color, alcohol, fruta, madera, todo vale con tal de vender botellas y botellas, en fin, el mercado es lo que tiene y cada uno se postula en función de lo que le toca vivir y consumir.